Siguiendo mi costumbre de quemar los barcos una vez finalizado el trayecto para el que fueron construidos, termino aquí esta etapa de "El sol desde tu espalda". La razón es evidente: ya no hay espalda desde la cual contemplar atardeceres, y aunque la extrañaré ( ¡como no hacerlo! ), llega el momento de continuar.
No sin tristeza, naturalmente, pero arranco de nuevo guardando solo lo positivo: un buen puñado de recuerdos hermosos que repasar en los ratos de nostalgia, y la sabiduría que me ha dado todo lo visto y sentido desde ese hueco que el hombro dibujaba sobre su espalda. El amor bendice a quien lo da y a quien lo recibe, dotando a las personas de una luz propia que las convierte en seres únicos y especiales, y así es como me ha hecho sentir a mi, especial y brillante. La mejor forma de agradecerlo es mantener viva en mi esa luz, que la llama continúe ardiendo con suavidad en algún recodo de mi alma, caldeando mis días de invierno y alumbrando si me sorprende la noche oscura en el camino.
Sin embargo, para seguir viaje es imprescindible desprenderse de todo lo que no nos será necesario en adelante y por supuesto, soltar amarras, liberar las ataduras y borrar las huellas para que el corazón no nos traicione y vuelva la vista atrás pensando en desandar lo andado.
Y pensando que esto no es un final, es un nuevo principio.
Y pensando que esto no es un final, es un nuevo principio.
Borrando huellas.
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...así que el anochecer era esto...